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Los vientos de Ehecatl de ofrendas y muertos

Columna por J.A Javier González Corona
Jueves 12:47 pm, 31 Oct 2019.
J.A Javier González Corona
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Los vientos de Ehecatl de ofrendas y muertos

Hablar de días de muertos en México, es encontrarnos con las concepciones mágicas de la vida y de la muerte; es jugar con lo material y lo espiritual, en otras palabras, es considerar lo que creemos saber de la vida, para explicar lo que no sabemos de la muerte.

Los prehispánicos entendían al fenómeno natural de la muerte, como el destino final de los descarnados, de los sin cuerpo, de los muertos. Concibiendo que eran los dioses quienes determinaban el destino del muerto, de acuerdo a la forma de morir; contrariamente a la religión católica que concibe el lugar donde llegarán los muertos (generalmente cielo-infierno) en razón a la forma de vivir.

Los pueblos mesoamericanos tenían como dioses de la muerte a Mictlantecuhtli quien presidía al Mictlan, lugar de los muertos y, junto a él, Mictlanteccihuatl; ambos determinaban el destino de los humanos al término de su vida terrenal:

Los guerreros muertos en combate o en la piedra de los sacrificios, se dirigían al Oriente, donde se encuentra el Tonatiuhichan o casa del sol; en el caso de los sacrificados en el Techcatl, la piedra de los sacrificios, eran honrados también por el sol, pero ellos tenían un dios especial, el llamado Teoyaomiqui que significa; dios de los enemigos muertos.

Las mujeres muertas en el parto, acompañaban a Quetzalcóatl en sus recorridos cósmicos en calidad de estrellas, ellas iban al Poniente, llamado Cincalco, la casa del maíz. Cuando bajaban a la tierra lo hacían de noche y eran fantasmas que espantaban y de mal agüero, principalmente a las mujeres y niños. Se conocían como las cihuateteo, mujeres diosas, mismas que llevaban por cabeza una calavera y en las manos y pies, grandes garras.

Quienes se hubiesen ahogado, muertos por un rayo o infectados de lepra, se dirigían al Tlalocan, paraíso del dios Tlaloc, que queda al Sur. Lugar de gran fertilidad.

El resto de la gente o que no habían sido elegidos por Tlaloc o por el Sol, se dirigían simplemente al Mictlan, que queda al Norte, ahí los muertos pasaban por nueve lugares donde sufrían durante cuatro años, hasta llegar al descanso final:

El primero, era un río muy caudaloso llamado Chignahuapan.

El segundo, eran dos montañas que se juntan.

El tercero, consistía en pasar sobre una montaña de obsidiana.

El cuarto, era un lugar donde sopla un viento helado, que corta la cara.

El quinto, donde flotan en el aire, no debiendo caer.

El sexto, es un lugar en que flechan.

El séptimo, donde habitan fieras que comen el corazón.

El octavo, son estrechos lugares entre piedras.

El noveno, donde desaparecen los tonallis.

En razón a lo anterior, les correspondía a los vivos colocar ofrendas y realizar complicados rituales que le permitieran al muerto en su viaje, alimentarse y sortear los peligros mientras llegaban a su destino final, el Mictlan.

Los objetos colocados en la ofrenda eran de acuerdo a la clase social que perteneciera, sin embargo, siempre se consideraba algunos presentes valiosos para que al final del recorrido fuesen entregados a Mictlantecuhtli o Mictlantecihuatl. Incluso a los caciques les colocaban bastones, perros (xoloitzcuintles) y concorvados para que le ayudaran en su difícil trayectoria. A los ochenta días de su fallecimiento sus familiares le colocaban una ofrenda y posteriormente cada año, durante los cuatro primeros de su muerte.

Cuando llegan los españoles a tierras mesoamericanas, traían una amplia aculturación, producto de la dominación durante varios siglos por parte de los árabes, misma que señalo brevemente: Cuando los árabes llegan a China en el siglo VIII, conocen sus costumbres de rezar y colocar ofrendas a sus antepasados y con ello recordar las deudas que tenían con ellos. En el mismo siglo, llegan a Egipto para enterarse que éstos concebían dos espíritus en cada individuo y que al morir, uno se va al más allá y el otro llamado “Sosia”, se quedaba vagando en el espacio, por lo que tenían que darle de comer por lo menos un día al año.

En los siglos que los árabes dominaron España, implantaron dichas costumbres tanto de los chinos como de los Egipcios, destinándose por el clero español dos días de noviembre como fechas específicas para ofrendar a los muertos, el día primero a los niños y el día dos a los adultos.

Cabe señalar que el acto de ofrendar a los muertos, no lo trae a Mesoamérica el grupo clerical, sino los soldados, según el destacado Antropólogo Raúl Guerrero.

Actualmente el festejo se inicia a partir del día 28 de octubre, recordando a los que encontraron la muerte mediante un accidente, en este caso familiares, vecinos y amigos colocan arreglos florales, además de una imagen religiosa o crucifijo en el lugar donde sucedió el accidente.

El día 29 es dedicado a los niños llamados de “limbo”, niños que murieron sin ser bautizados, para este momento no se colocan ofrendas.

El día 30 está dedicado a las mujeres que murieron en el momento del parto y tampoco es usual que les coloquen ofrenda.

El día 31 octubre y primero de noviembre está dedicado a los niños, a éstos los esperan a partir de las 3 de la tarde del día 31 mediante repique de campanas en la iglesia. En los domicilios es común que coloquen una ofrenda con elementos dedicados a los infantes (gallitos y calaveritas de dulce, hojaldras pequeñas, entre otros más).

A las tres de la tarde del día primero de noviembre despiden a los niños y reciben a los adultos, haciendo algunos cambios en la ofrenda (quitan lo dedicado a los niños y colocan para los adultos), comúnmente se compone de suculentas viandas, destacando fruta, pan y diversas comidas (mole, tamales y demás comida que le gustaba al muerto), dulces de frutas (pera, tejocote, almendra, higo, etc, generalmente utilizan fruta de temporada), además de bebidas; sin olvidar imágenes religiosas y la fotografía a quien o quienes se les dedica.

El festejo a los muertos en México y en forma específica en Tlaxcala, no se puede pensar en un simple producto del sincretismo cultural de dos pueblos, sino más bien es una manifestación ostentosa del patrimonio cultural tangible e intangible de los diferentes grupos sociales, producto de una histórica y constante aculturación.

La fiesta de los muertos y con ello de ofrendarles, es una muestra fiel de ese hibridismo entre los pueblos. Dicho sea de paso, no causa riesgo afirmar que ya es común compartir el “halloween” de nuestros vecinos del norte, como parte de nuestras fiestas de muertos. Ya lo señalaba Arturo Warman: “muchas fiestas que consideramos importantes en la tradición del mexicano, al principio tuvieron que ser tan impuestas y tan manipuladas como hoy es el halloween y que fue larga práctica histórica la que las transformó”.

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