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En la época de la independencia corridas de toros por Luis Pérez Cruz

Columna por Luis Pérez Cruz
Domingo 09:13 am, 22 Nov 2020.
Luis Pérez Cruz
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En la época de la independencia corridas de toros por Luis Pérez Cruz

En esta ocasión presentamos el texto sobre las corridas de toros de Hipólito Villarroel, de este autor ya habíamos recuperado un texto de la segunda mitad del siglo XVIII. Sabemos que hay visiones encontradas sobre las corridas de toros, la perspectiva radical defendida por Villarroel impulsa su prohibición, encontrando sus argumentos básicos en la deshumanización de las diversiones, además de que el dinero invertido sale de las arcas públicas.

          Asimismo, es necesario recordar que en la obra de Villarroel, Enfermedades políticas que padece esta capital de la Nueva España…”, su postura es de un escritor muy crítico de la sociedad que vivió y como señalara el extraordinario escritor Fernando Benítez es “Doctor en achaques sociales”; Villarroel aboga por la abolición de las costosas fiestas de toros a que da lugar la entrada de los virreyes y su nefasta forma de festejar, las cuales se prolongan durante dos semanas, en el fondo no desea su total desaparición, sino suprimir los abusos que se generan. Por ejemplo, podríamos destacar el remate que se hace de la carne y el reparto de su venta al propio Virrey, al secretario y los regidores.

          Pasemos ahora al texto que escribe nuestro promotor de las reformas borbónicas en la entonces capital de la Nueva España.

…que habiendo manifestado la experiencia, las ruinas espirituales y temporales que acarrean a esta capital y a sus contornos las corridas de toros, que solicita la ciudad con el pretexto de reponerse de los gastos que eroga en la entrada y el festejo de los Excelentísimos señores virreyes en los tres primeros días de su posesión; se hace preciso atajarlas, quitando el abuso de ellos por redundar sólo en utilidad de los comisionados regidores, que proveen sus despensas con pretexto de dejar abastecida la de los virreyes; o que se reduzca a uno solo el día de la comida y refresco para no darle lugar a la dicha solicitud.

Pero ya que no se puedan excusar estas corridas por no defraudar tampoco al público de las diversiones que es necesario darle en los tiempos oportunos, es indispensable, a lo menos, que se le proporcionen al menor costo y gravamen, para que no le sean enteramente destructivas, como sucede en cuantas fiestas se ejecutan de este género; pues aunque fue máxima política entre los romanos divertir al pueblo con los juegos de la naumaquia, las cuádrigas y otros espectáculos en el campo Marcio, también es cierto que estas diversiones se costeaban del erario público y sin que fuesen gravosas a los espectadores. Pero estas nuestras, además de ser reliquias de la barbaridad romana y un símil de las fiestas de los gladiadores, tienen la desgracia de ser ruinosas y destructivas de muchas familias y sólo útiles para los que las promueven, fuera de que son innumerables los pecados que se cometen con estas funciones, viéndose palpablemente la indignación del altísimo en afligir con epidemias, con hambres y otros infortunios y calamidades a esta capital, luego que se intentan semejantes diversiones, como que son la ruina de todas y de cada una de las clases de gentes de que se componen. Yo creo sería lo más acertado el abolirlas de una vez y prohibir a la ciudad los gastos de dichas entradas por quitar el pretexto de ellas.

          No admite duda que estos desórdenes deben evitarse en cuanto sea compatible con las diversiones públicas, celando el gobierno sobre el buen orden y método que corresponde observasen ellas, sin dar lugar a que por no hacerse así, se cometen tantos hurtos, robos y demás castas de delitos que son tan usuales y cuyas consecuencias llora la república. No insisto en que se prive al público de estas ni de otras diversiones, ni menos que se le cierren las puertas de la recreación y esparcimiento en los tiempos de abundancia, pero sí declamaré contra los perjuicios que se versan por la falta de dirección de policía y del buen gobierno que necesitan como para sus productos se inviertan en objetos del común y no en utilidad de la ciudad o sus capitulares.

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