Debate exprés

Si nos atenemos al nutrido intercambio de memes, fake news, true news (si es que esa categoría existe) e insultos disfrazados de propaganda electoral, parecería que a nadie le interesa una discusión seria sobre ningún tema trascendente para el país. De hecho, los “debates” entre los equipos de campaña de los candidatos a la presidencia se pueden reducir a una serie de acusaciones rutinarias en las que las propuestas sociales o económicas están patéticamente ausentes:

1. Andrés Manuel López Obrador tiene una ideología trasnochada, de izquierda de los años 60. No tiene plan de trabajo sino ocurrencias absurdas. Convertirá a México en Venezuela.
2. Ricardo Anaya es un traidor dos caras. Llegó a la candidatura por medios retorcidos. Limpia dinero en paraísos fiscales. Es prepotente y presume de hablar tres idiomas.
3. Antonio Meade no levanta. No emociona a nadie. Probablemente no sea tan corrupto, pero carga con todo el karma de la corrupción del PRI. Es el autor del gasolinazo.

Y punto. No hace falta saber más. Con otras palabras, con ademanes coléricos, con intentos de ironía y sacando sorpresivamente fotos, documentos y gráficas, las acusaciones no pasan de estos argumentos, que en una plática de lavaderos pueden sonar contundentes pero que, en un verdadero debate de propuestas, resultan ridículos. Porque el hecho es que uno de estos tres va a ser presidente de México (con respeto para Margarita Zavala, quien tiene tantas probabilidades de ganar la presidencia como México de ganar el mundial) y no sabemos qué quieren hacer con este país.

En cambio, sabemos demasiado de lo que no quieren hacer. Y ese terreno sí es para espantarse. Específicamente, las más recientes declaraciones de López Obrador han preocupado a la iniciativa privada y al sector bancario, pues la sola referencia a “economía mixta” o a dirigir económicamente el país con un libro de Antonio Ortiz Mena, les han convencido de que equivale a darle un Smartphone a un gran telegrafista: no tiene idea de lo tiene en las manos.

Lo que ya suena a disparate es la idea de frenar la construcción del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México. Aun cuando alguna de las objeciones del morenista tuviera sentido, el avance de la obra, desde el punto de vista técnico, económico y legal, la hace irreversible: el gasto de frenar la obra sería calamitoso.

Peor aún es pedir que se retrase la firma del Tratado de Libre Comercio hasta que él sea presidente. Sobre todo, si pensamos que entre su equipo de trabajo hay personas que en su momento se opusieron con todas sus fuerzas a un acuerdo que predijeron catastrófico y por cuya cancelación hoy tiembla la economía mexicana. El TLC no solamente no fue la tragedia que muchos vaticinaron, sino que generó un superávit para México. El riesgo de no contar con esta herramienta es enorme.

La trayectoria de los candidatos nos habla de sus fobias y sus filias. Sabemos aquello a lo que se van a oponer. Pero, ¿qué proponen? Eso es lo que no se difunde ni se discute aún.