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En favor de los transgénicos por José Javier Reyes

Columna Fe de ratas por José Javier Reyes
Domingo 09:34 am, 29 Jul 2018.
José Javier Reyes
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En favor de los transgénicos por José Javier Reyes

Los tiempos de la transición se caracterizan por anuncios que pretenden ser espectaculares y acaban en lo previsible y hasta lo aburrido. De ese tamaño fue la declaración que hiciera el futuro secretario de agricultura, Víctor Villalobos, en el sentido de que en el próximo gobierno no se sembrarán transgénicos.

En apoyo a su oposición contra los productos agrícolas genéticamente modificados no mencionó una sola razón. Nadie que lo escuchó le preguntó por qué. Lo tomaron como algo obvio, evidente. Pero a pesar de la oposición comprensible de algunas agrupaciones como Greenpeace, las razones se hallan lejos de lo que las creencias populares entenderían como válidas para buscar su prohibición.

¿Hace daño ingerir maíz transgénico? La pregunta es adecuada toda vez que los mexicanos consumimos grandes cantidades de dicho producto. Hasta donde se sabe, la ingesta de maíz transgénico no provoca ningún daño a la salud. ¿Por qué Greenpeace se opone a su cultivo? La organización aduce la falta de un “conocimiento adecuado de su impacto, tanto a corto como a largo plazo, sobre el medio ambiente y sobre la salud humana”.  Lo anterior se entendería como una recomendación en tanto no se hicieran pruebas al respecto, pero no suena como un impedimento tajante.

Otra de las objeciones, más bien de carácter político y legal, es la actitud monopólica y gandallesca de las empresas que producen transgénicos. Esto merece otro tipo de combate, pero no habla de un daño a la salud, sino a la economía de un país. No es una objeción contra los organismos modificados sino contra las compañías que los producen, pues luego de manipular su genoma, se erigen dueños de un material que en rigor sólo toman prestado.

Lo cierto es que es muy difícil resistirse al encanto de las nuevas tecnologías, pero cuando tocan los terrenos de lo que creemos “divino”, de una o de otra forma, se satanizan casi sin pruebas o argumentos. Piénsese en las versiones que circularon respecto al cáncer cerebral que producirían los teléfonos celulares o los daños neuronales de los edulcorantes.

Lo cierto es que la historia de la humanidad ha sido, nos guste o no, la del control de la naturaleza, lo que no ha sido obstáculo para ver dicho control como algo diabólico. La anécdota bíblica del castigo “divino” a Adán, de ganarse el pan con el sudor de su frente, es parte de este malentendido: la agricultura fue la forma en la cual el hombre destruyó la incertidumbre sobre su alimentación. El pasado “edénico” de la caza y la recolección son, en realidad, un pasado oscuro e incierto.

Los transgénicos son parte de nuestra vida. Pensemos en los millones de diabéticos que viven gracias a la producción de insulina humana con ADN recombinante. Mantener vigilancia sobre los mismos es necesario y razonable. Satanizarlos es formar parte de una especie de nueva religión que, como la mayoría, se basa en el desconocimiento y las buenas intenciones de las que, dicen, está empedrado el camino al infierno.

 

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