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La derrota de los tricolores por José Javier Reyes

Fe de ratas columna por José Javier Reyes
Domingo 09:08 am, 08 Jul 2018.
José Javier Reyes
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La derrota de los tricolores por José Javier Reyes

La primera semana de julio de 2018 fue de una doble eliminación de dos equipos tricolores: la selección mexicana de futbol y el otrora todopoderoso Partido Revolucionario Institucional. La derrota de tri futbolero ante Brasil no debió sorprender a nadie. Si por algo tomó desprevenidos a los aficionados mexicanos fue porque los locutores de una y otra televisora proyectaron la idea de que México podía derrotar a los pentacampeones. Pero la realidad le cayó de sopetón a la afición mexicana. Si bien los cariocas pasan por un mal momento, la distancia entre las estrellas sudamericanas y nuestros heroicos futbolistas es apenas abismal. Lo que las tácticas del “Profe” Osorio no lograron, lo hicieron un par de genialidades de los amazónicos. Los nuestros no pudieron ni meter las manos.

Así que, al margen de lo que la publicidad intencionada, la realidad arrolló al tricolor apenas un día después de que el tsunami morenista arrastrara al otro tricolor, al ex partidazo. El desmedrado intento por colocar encuestas donde José Antonio Meade se acercaba paulatinamente a Ricardo Anaya, la inmisericorde golpiza que la PGR le propinó al abanderado blanquiazul y las notas (algunas en primera plana) donde Meade ganaba uno tras otro los debates, no lograron ocultar el hecho de que la campaña priista se hundía sin remedio. Los golpes de timón como el cambio en la dirección nacional, las campañas que primero trataron de generar miedo y las que más tarde quisieron parecer conciliadoras, no representaron más que una búsqueda desesperada por hallar una salida de un laberinto en el que el candidato y su coalición quedaron atrapados.

¿Qué ocasionó la temprana declaración de Meade para reconocer su derrota y proclamar ganador a Andrés Manuel López Obrador? Sin duda, el abatimiento por los pobres resultados que ponen al PRI en el último lugar de la competencia, apenas arriba de un heterodoxo desatinado como “El Bronco”. Fue un gesto de dignidad que enalteció una campaña desastrosa. Tal vez el único instante de altura de una guerra de lodo, pero indiscutiblemente doloroso.

Nadie culpa a los que dieron la cara. Lucharon a todo lo que dieron sus fuerzas, que no fueron demasiadas. Ambos tricolores se vieron ineficientes ante un enemigo que los superó con amplitud; jamás tuvieron oportunidad, por más que el estado de ánimo trató de suplir a la capacidad competitiva.

Pero lo cierto es que hubo actores que deben considerarse culpables directos de las dos derrotas. Los líderes de ambos tricolores estuvieron detrás del desastre. Ambos recibieron la crítica despiadada del público. Desde la tribuna o a través de las redes sociales, los gritos de enojo desgastaron a ambos estrategas. Y los resultados parecen corroborar la condena pública.

Ni uno ni otro merecieron ganar. No por lo ocurrido en un partido o en el día de los comicios, sino por una larga serie de errores, equivocaciones, fallos grotescos.

Viene el momento de la reflexión. De determinar cuál será el camino que deban tomar para reconstruir su diezmada autoestima. De saber si merecen un mejor lugar en el futuro.

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