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Terrorismo de traspatio por José Javier Reyes

Fe de ratas columna por José Javier Reyes
Domingo 07:56 am, 11 Ago 2019.
José Javier Reyes
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Terrorismo de traspatio por José Javier Reyes

Tratar de tipificar al terrorismo, tratar de constreñirlo a definiciones de diccionario o cercarlo en manuales operativos, es absurdo cuando sus consecuencias visibles y palpables son rotundas, impactantes y, a su brutal manera, elocuentes. Basta con ver las imágenes televisadas de los atentados, las masacres, los tiroteos, para darse cuenta de la terrible realidad de lo que es el odio y la intención simple de destruir y mandar un mensaje a través del terror.

Tampoco importa mucho si sus supuestos móviles son religiosos o raciales: el terrorismo, pese a que se diga de origen musulmán, supremacista blanco, antisemita, antimusulmán o cualquier oro, revela sin mucho buscar su insensatez, su carencia de razones y su alusión al aspecto visceral, que es el único que maneja el discurso del odio.

El hoy presidente Donald Trump lo sabe. Sabe lo simple que es mover al electorado a partir de sus miedos y sus odios (los unos son la causa de los otros). Su clientela está entre los grupos más tristemente reaccionarios de la sociedad norteamericana: los blancos pobres que sienten que es parte de un complot el que haya afroamericanos ricos; los temerosos de los inmigrantes ilegales (entre los cuales, evidentemente hay delincuentes) pero que en palabras inmortales del expresidente Vicente Fox “hacen cosas que ni los negros quieren hacer”. Se trata pues, de grupos definidos por un único rasgo en común: una terrible ignorancia, que es causa de su miedo que, a su vez, es la causa de su odio.

Pero el creador de una bomba de tiempo puede quejarse de cualquier cosa, menos de que el artefacto le explote en las manos. ¿Qué puede objetar Trump si un joven desorientado compra un arma de alto calibre y municiones en un Walmart y después dispara indiscriminadamente sobre una multitud inerme? ¿Qué, si el presidente es el primero en hablarle de lo peligrosos que son los extranjeros que cruzan la frontera buscando una forma de sobrevivir, si es el primer porrista de asociaciones como el tenebroso Ku-Klux-Klan  o la furibunda Asociación Nacional del Rifle?

(Cabe el paréntesis: ¿cómo se define el KKK? Como racista, xenófobo, homofóbico, antisemita, anticatólico, anticomunista. Es decir, por una corta pero significativa relación de odios.)

Tienen razón los defensores a ultranza de la Segunda Enmienda, que garantiza la posesión de armas como un derecho de los ciudadanos norteamericanos: las armas no matan a la gente, lo hacen las personas. Pero se trata de personas azuzadas por políticos irresponsables que carecen de todo recato si se trata de sacer raja política de la ignorancia de sus votantes.

En un país donde 889 habitantes de cada mil tienen un arma, el suponer que esas armas no van a matar a nadie es un cálculo más que optimista. Es seguir alimentando el miedo y usufructuarlo: con fines políticos, con fines económicos, con intenciones de controlar a la población. Es estar parado en un barril de pólvora, fumando un cigarrillo. Es ser cómplice y aún causante de la existencia de estos terroristas de traspatio.  Es ver la tragedia y no hacer nada para remediarla.

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