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Las bases de una secta por José Javier Reyes

Fe de ratas columna por José Javier Reyes
Domingo 10:16 am, 23 Jun 2019.
José Javier Reyes
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Las bases de una secta por José Javier Reyes

La palabra sectarismo (que hoy se ha vuelto de uso común ante la notoriedad que han cobrado ciertas sectas) tiene dos acepciones: la primera, que es la más común, se refiere a tener una actitud discriminatoria por parte de un grupo de personas que pueden identificarse por un credo religioso, por una ideología política, una posición supremacista o cualesquier otra que involucre el reconocimiento de una “élite” que posee una “superioridad” inherente a su ser. Esta acepción se refiere más bien al hecho de que dicho grupo actúa “como una secta”, aunque no lo sea verdaderamente.

En este sentido, una de las acciones que busca esta actitud del grupo sectario es delimitar con toda claridad a quienes se apegan a sus lineamientos y evidenciar a quienes no son parte de su doctrina o sus principios. Esta separación es tajante y puede darse hacia el interior del propio grupo, para distinguir entre ellos a los “verdaderos” de aquello que no siguen de manera rigurosa sus creencias.

El otro uso que se le da a la palabra se refiere más bien a la serie de comportamientos que definen al actuar de una secta, como organización que tiene una estructura formal, un credo claramente redactados (plasmado habitualmente en libros “sagrados” o en cánones elaborados por sus líderes o “profetas”) y un conjunto de premios o sanciones que se aplican a quienes no se apegan a su doctrina.

En este sentido, la secta puede tener un origen religioso, como ocurre en la mayoría de los casos, o intenciones de “superación personal”, como ocurre con el grupo sectario NXIVM (pronunciada como “nexium”) pero los rasgos de su pertenencia son radicales y claramente diferenciados de las religiones.

Uno de éstos es la carencia de rasgos propios del individuo y la aceptación de una personalidad colectiva. Si bien la pertenencia a una iglesia implica la aceptación de una identidad cultural, donde se reconoce un pasado común y una serie de valores grupalmente aceptados, la secta implica la destrucción de la personalidad a manos de los objetivos de la facción.

La persona que ingresa a la secta habitualmente lo hace en un momento de su vida en que es particularmente vulnerable. Sea porque sus padres o tutores lo obligan desde la infancia a pertenecer a la organización sectaria, sea porque cruzan un momento traumático (como puede ser la pérdida de un ser querido), el futuro integrante de la secta necesita superar un momento crítico, que puede definirse por la pérdida momentánea de la identidad. Es un momento en el cual se plantea de manera aguda la razón de su existir, su objetivo en la vida, la viabilidad de su futuro. Y la secta le presenta una solución fácil: adoptar la personalidad, valores, objetivos y cosmovisión que se encuentra resumida en un libro o en un conjunto de escritos, habitualmente de fácil lectura y de comprensión elemental.

La actitud es básica: el mundo es una amenaza y el interior de la secta es el espacio de protección. Lamentablemente, la secta es una cárcel: es fácil entrar, pero muy difícil salir. Amenazas, legales y extrajudiciales, e inclusive agresiones físicas, aislamiento social y separación del grupo familiar, son el castigo de aquellos que reniegan de la secta que “amorosamente” los acogió.

La razón es obvia: estos grupos representan ingresos millonarios y poder para sus líderes. Volveremos a este tema en otro comentario.

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