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Educación e identidad indígena

Columna por el Prof. y Antrop. Soc. J. A. Javier González Corona
Martes 09:27 am, 07 Ago 2018.
Prof. y Antrop. Soc. J. A. Javier González Corona
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Educación e identidad indígena

Comencemos por señalar que el adjetivo de indios dado a los naturales por parte de los españoles a su llegada al continente americano, permitió a los ibéricos homogeneizar arbitrariamente a todas las poblaciones mesoamericanas. El término indio al paso del tiempo devino en el de indígena, surgido este último de la política indigenista a mediados del pasado siglo y con la instauración del Instituto Indigenista Interamericano en México.

A la fecha no es nada fácil definir a un individuo o en general a un pueblo como indígena, más cuando vemos todo un proceso de aculturación dado por un sin número de elementos: educativos, económicos, ocupacionales, religiosos, políticos y otros muchos más que han participado para complicar dicha definición.

En razón a ello, me parece conveniente tratar de reconocer a los indígenas a partir de su identidad hacia el grupo que se sienten pertenecer. Entendiendo a la identidad "como aquello que es muy semejante y extremadamente parecido a algo o a alguien”.[1]

Empero, para lograr tal identidad se requiere del contraste con otro grupo social y por ende cultural. De esta manera, ningún grupo puede identificarse sino se confronta con aquel que juzga diferente y cuyas particularidades le permiten, por oposición, identificar las propias.[2]

En el proceso de aculturación durante la colonia, los españoles utilizaron todos los medios disponibles a su alcance para lograr una plena dominación, tales como: educación, religión, economía, sistemas de gobierno, entre otros. Lo que propició en los indígenas y sobre todo ante sus difíciles condiciones de vida impuestas por los conquistadores, un proceso de desprendimiento cultural obligado hacia el exterior de su contorno habitacional. Sin embargo, al interior de su espacio geocultural mantuvieron formas de vida consideradas como propias y por ende, diferentes a la del grupo conquistador.

Para los siglos XIX, XX y XXI uno de los aspectos más significativos en el proceso de aculturación por parte del grupo dominante hacia los indígenas, y ya no precisamente por los españoles, es la educación escolarizada, entendida ésta como un proceso donde las generaciones jóvenes van adquiriendo los usos y costumbres, los hábitos y experiencias, las ideas y convicciones, en una palabra, el estilo de vida de las generaciones adultas (Francisco Larroyo 1976: 55).

Mediante propuesta de Manuel Gamio, el Estado planteó un proyecto con el fin de incorporar a los indígenas a la “civilización nacional”, viendo en la escuela el medio más adecuado para lograr tal objetivo. En consecuencia, a partir de ese momento se visualizan dos formas de educación: informal y formal.

La primera otorgada por la familia y la comunidad en general, con el fin de prepararlos de acuerdo a la vida de la sociedad local; la segunda, dirigida por el Estado, teniendo como fin, lograr una hegemonía cultural a nivel nacional.

Por ello, cuando el indígena cuestiona la funcionalidad que tienen en él las dos formas en que recibe educación; su alta marginalidad y explotación durante siglos; ve en la educación formal la alternativa de lograr un cambio radical en su infortunio. Incluso se ve obligado a dejar su aprendizaje tradicional, con el fin de no sufrir burlas y vejaciones por parte de la sociedad dominante.

Una forma en que los indígenas pierden su identidad cultural es mediante la pérdida de su lengua materna. Para lograr tal propósito la sociedad dominante se apoya de la escuela, misma que realiza una participación activa y un tanto denigrante, como en el caso que presenta David Robichaux: “los profesores de la escuela primaria ubicada en la comunidad de Acxotla del Monte, municipio de San Luis Teolocholco insistían a los padres de familia en la importancia de hablar a sus hijos en español, los profesores se quejaron de la dificultad de su trabajo, al considerar que la mayor parte de los padres de familia no seguían sus recomendaciones. Como medida adicional para “estimular” el aprendizaje del español, el uso del náhuatl estaba formalmente prohibido en la escuela, incluso durante el recreo, y los maestros castigaban, a veces corporalmente, a los alumnos que lo hablaban”. (Clase, percepción étnica y transformación regional: unos ejemplos tlaxcaltecas, U. Iberoamericana, México 1997, pág. 7)

En la entidad tlaxcalteca, la Unidad de Servicios Educativos en Tlaxcala (USET) cuenta con un Departamento que se encarga de coordinar los trabajos en las diferentes comunidades indígenas a través de centros de estudio a nivel inicial, preescolar y primario. Cabe señalar que no cubren todas las comunidades indígenas establecidas en las faldas del volcán La Malinche, pero sí, consideran a los dos grupos étnicos reconocidos en el estado: otomí y nahuas.

Sin embargo, existe un olvido total para quienes hablan otra lengua diferente al náhuatl y otomí y que los datos censales del 2010 los considera, destacando entre ellos, los migrantes de la región de la Sierra Norte del estado de Puebla, quienes en su mayoría hablan totonaco.

Sin duda los objetivos del Departamento se dirigen principalmente a que el niño sea bilingüe; aspecto que me parece adecuado, pero desgraciadamente no hay una continuidad, ya que después de la primaria el niño(a) se ve precisado(a) a olvidar su lengua materna o en su caso a utilizarla tan sólo dentro del marco familiar y eso, en algunos casos. Me pregunto ¿y después de la primaria, la institución concibe que el joven ya no deba tener la necesidad de ser bilingüe o simplemente se le condena a olvidar su lengua materna?

Ante tal situación, hay otras instituciones que deben comprometerse y desde luego cada uno de nosotros; todos somos parte de esa riqueza pluricultural tlaxcalteca y nacional. En especial, considero que el próximo Congreso deberá hacer algo al respecto; nuestra cultura tangible e intangible es tan amplia y valiosa, que lo menos por hacer es respetarla.

 

[1] Durand Alcántara Carlos Humberto. Derecho Nacional, Derechos Indios y Derecho consuetudinario indígena. UACH. y UAM, 1998.

[2] Petrich Perla. La Identidad Desgarrada: El caso Mochó. En Anales de Antropología. UNAM. México, 1986 p, 141, 142.

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